Desde siempre en nuestra historia la muerte nos ha acompañado. Es, como bien lo sabemos y sufrimos, parte de la vida. Los duelos han sido abordados y significados de distintas maneras en diferentes culturas. En nuestras sociedades occidentales actuales la muerte, sin embargo, pareciera que es algo que hay que olvidar, suavizar u ocultar. Cada día es un tema más incómodo y rodeado de eufemismos. Cuesta integrar este hecho en la vida.
Esta realidad se agudiza aún más, y con consecuencias muy desoladoras, frente a la muerte gestacional y perinatal. Pareciera que la muerte temprana de un bebé, por no haber sido socialmente visible o por haber vivido poco tiempo -entre otras razones- no fuera tan dolorosa y devastadora. Pareciera que es algo que no merece mucha detención, y que las madres y familias que la viven pudieran volver a la vida normal rápidamente. Esto se hace patente cuando se conversa con otros padres sobre su experiencia. Hay coincidencia en muchas cosas: la soledad del proceso, la escaza o nula formación de quienes los atendieron en los embarazos, nacimientos o partos de sus hijos. La minimización de este dolor en los espacios laborales, en nuestra cultura en general, en las sobremesas de los domingos familiares.
Sabemos que este silencio y soledad en torno al duelo gestacional y perinatal no es intencional. No es que quienes nos rodean quisieran provocar más dolor. Aquellos son un síntoma de muchos hechos y creencias que se han ido instalando en nuestra forma de ser y de vivir. Algunos tienen raíces filosóficas o culturales, y otros tienen una causa más concreta. Una de éstas últimas tiene que ver con la historia de la “forma de nacer”…
Las mujeres comenzamos a parir hace más de 200 años en centros médicos (para bien, en muchos sentidos) dejando los peligros de entonces de parir en casa. Esto conllevó bajar enormemente la tasa de mortalidad. Pero no nos dimos cuenta que de a poco, el parto y todo lo referido a las decisiones sobre sus procedimientos, incluso sobre el cuerpito de nuestros bebés, dejó de ser algo nuestro y pasó a estar gestionado y regulado por un sistema pensado y creado para cuidar solo los aspectos biomédicos, físicos de las personas. Dejando de lado lo emocional, lo propiamente humano, lo que nos marca en la vida y para toda la vida. Así, esta muerte se ha dejado de ver, “literalmente” se dejó de ver, de presenciar.
En consecuencia, padres y madres en duelo por muerte de nuestros pequeños hij@s, hemos tenido que resolver solos cómo lidiar con un proceso muy difícil y buscar la manera de dar salida a este dolor de manera individual, rodeados de incógnitas y poca comprensión. Esto, tanto desde el punto de vista de los aspectos prácticos (¿qué hacemos con su cuerpito? ¿Puedo o no puedo tener licencia? ¿Puedo nombrarlo oficialmente? Etc), como del emocional (¿con quién puedo conversar sobre esto, si todo lo que nos rodea sigue su curso normal, si todos me dicen que ya pasará, que vendrán más hij@s, o que piense en los que ya tengo?¿Qué hago con este dolor?).
Nuestra fundación, como muchas organizaciones de padres y cada vez más numerosas en otros países, intenta transmitirle a esos padres en duelo que su dolor sí merece ser considerado y vivido; que no es algo menor: se ha muerto tu hijo, tu hija. Independiente de su edad gestacional o las horas o minutos que estuvo vivo/a tras nacer. Estás autorizad@ a sentir ese sufrimiento no solo dentro de tus cuatro paredes, sino frente al mundo que te rodea. Que es justo darle un espacio y abordarlo en toda su dimensión.
Lamentablemente los duelos patológicos, las depresiones postparto en un embarazo tras una pérdida, los quiebres en la pareja, la desvinculación laboral y otros desenlaces no deseables son comunes debido al desconocimiento de esta realidad. Es necesario comprender que el duelo gestacional/perinatal, requiere ser acogido como cualquier otro duelo por muerte de un hijo/a, que si se vive en aislamiento, rodeado de malos tratos, o bajo censura (muchas veces “auto-censura”), las consecuencias emocionales pueden ser muy graves, afectando a toda la familia involucrada. La despedida de un ser querido requiere de un trato adecuado, de ritos, de espacios, de respuestas sociales, para poder ser sanamente integrada en la vida de la persona que sufre una muerte: en el caso de despedir a un bebé, esto no es diferente. Quizá, es aún más necesario, pues ese hij@ tuvo una existencia social poco visible, pero la huella que dejará será imborrable y para toda la vida, en la biografía de quienes lo esperaban y lo despiden.
Gracias al trabajo de muchas familias, madres y profesionales de la salud y la salud mental podemos decir que el panorama desolador que se ha estado viviendo hasta la actualidad, está cambiando. En nuestro país ya existen muchas agrupaciones, centros de salud, e iniciativas legales que están haciendo camino en ese sentido. Es un cambio muy profundo, que requiere de tiempo y de una sensibilidad que va más allá de esta problemática particular, pues nos llama a abrazar actitudes empáticas y humanizadoras que traspasan este duelo y nos invitan a tod@s y en todos los aspectos, a ser una sociedad mejor.